Alianza: 4. Adaptación

4. Adaptación:

El recorrido hasta la casa de Kaile no fue en silencio como le hubiera gustado a ella. Realmente necesitaba un tiempo para pensar, para hacerse una idea de como sería su vida a partir de ese momento, porque no lo tenía muy claro si debía ser honesta. Era verdad que durante los días anteriores habían estado hablando, informándose mutuamente de las cosas de su familia, pero otra muy distinta era comenzar a vivir con una persona que a penas conocía. Y por mucha confianza que le tuviera, a penas sabía cosas sobre él. Así que se tuvo que esforzar en centrarse en la historia de la familia de los McClaire antes de perderse en sus pensamientos negativos y catastróficos.


La historia de la familia de su futuro marido era tan solemne como la historia del propio país. Al parecer eran los primeros Irlandeses que habían ocupado la región haciéndose un nombre y un estatus, además de su posición social y sus trabajos diversos, además de que era una línea sucesoria muy antigua. Aunque era licenciada en Historia, escuchar eso no le interesaba en absoluto, quería más información sobre sus suegros, después de todo iba a vivir con ellos, porque eso se lo había remarcado Kaile días atrás. Vivirían en una mansión antigua, según su prometido estilo victoriana, con altos techos, muebles recargados y un mobiliario demasiado ostentoso para vivir diariamente. Pero así era la familia McClaire y ella pronto dejaría su apellido Hagebak para tener el de su marido. Eran demasiadas cosas que asimilar en un trayecto de media hora, por lo que agudizó sus sentidos y simplemente almacenó lo importante: Olga McClarie, una mujer de unos sesenta años era una persona muy social, abierta al mundo cultural y con una mentalidad algo débil, por lo que obedecía todo lo que su marido Fredick decía. Él en cambio era una persona seria, adusta, de derechas, que cuidaba a los suyos y prefería que todo lo bueno se quedara dentro de la familia, por lo que supuso que al presentarse en ese lugar, debería pasar algún tipo de prueba y realmente tenía miedo. Como le hicieran recitar los nombres de la familia o los negocios ya estaba perdida. Como mucho se acordaba del colegio donde hizo prácticas y honestamente se había olvidado totalmente de quienes estaban ahí. Su prueba estaba destinada al fracaso algo que se lo quiso hacer saber a Kaile, que sonreía y le sujetaba la mano cuando no debía cambiar las marchas del coche. Él con su sonrisa calmada y su habitual porte atractivo parecía estar en su salsa, al igual que cuando le presentó a su familia. Se notaba que era un hombre que había tenido que ocultar sus sentimientos por mucho tiempo, fingir ser alguien que no era. Por primera vez en mucho tiempo sintió pena de alguien más que no fuera ella y por eso se prometió en hacerlo feliz. Quizás no haría que le gustaran las mujeres, pero con un poco de suerte sería su mejor amiga. Con ese pensamiento estuvo hasta que se detuvieron en las puertas de la mansión y tuvo que admitir que la descripción de Kaile había sido bastante inexacta, lo que tenía delante era peor que Versalles...


La recibieron cuatro sirvientas, cada una le cogió algo: la maleta, la chaqueta, la bufada e incluso guantes y gorros. Cuando se quiso dar cuenta tan sólo llevaba su vestido verde y sus botas. Durante un minuto temió de que le quitaran los zapatos para ponerle unas zapatillas. Abochornada miró a su amigo que se dejaba hacer por las criadas, con tal naturalidad como si se sacara un moco. Cuando los dos estaban cómodas, un hombre alto con traje les pidió que pasaran a la “sala del te”. Pronto descubrió que había una “sala de te de la mañana” y “sala del te de la tarde” e incluso, una de “media mañana”. Mientras escuchaba eso intentaba hacerse un mapa mental de su nuevo hogar, pero tenía una sobrecarga de información que le impedía meter más información. Al llegar a la supuesta sala del te, le esperaban tres personas. Una de ellas era una mujer alta, con una permanente perfecta de un vivo color negro, un semblante amable pero falso y vestida con un traje blanco con un cinturón negro. A su lado, sentado en una butaca grande de cuero negro un hombre mayor, de oscuro cabello negro, mentón marcado y facciones duras con unos preciosos ojos azules. Y a poca distancia otro hombre trajeado, éste sonreía débilmente al ver entrar a la nueva pareja.

- ¡Hijo! ¡Al fin llegas! ¡Has tardado un montón!- exclamo la mujer corriendo hasta él, abrazándole y dándole un sonoro beso en la mejilla y así dejando también una marca de su carmín en la mejilla pálida de Kaile.- Así que tú eres Freya...- arrastró las palabras mientras la miraba de arriba a abajo, evaluando el material.- Eres bastante guapa.- dijo con cierta sorpresa.

- ¿Gracias?- contestó ella sin saber y sintiéndose muy incomoda.- Espero no causar molestias, esto ha sido todo tan repentino...- murmuró nerviosa diciendo exactamente lo que Kaile le había dicho. Al parecer a Olga le gustaban las mujeres tímidas, que no desearan el poder que ella ejercía en la casa.

- ¡Oh por favor! ¡Pronto serás una de las nuestras! - le abrazó y besó en la mejilla.- ¡Bienvenida a casa, hija!

Después que Olga hablara sobre como había preparado la habitación, la presentación formal y todas las cosas públicas llegó el momento en hablar con Fredick. Éste se había mantenido silencioso durante todo el tiempo, observando la escena con ojo escrutador y abrió la boca tan sólo para desearle que fuera feliz y que pasara una agradable tarde. Dicho esto se levantó y se marchó, dejando a la pareja y Olga solos en el salón.

Su habitación era como su casa. Era cuadrada con un rectángulo agregado. Al final estaba la cama matrimonial, con un bonito dosel y cojines a cantidades, dos mesas de noche con unas lámparas en formas extrañas y cada uno una alfombra con símbolos egipcios. El resto de la estancia había un cómodo sofá, con su mesa y una enorme pantalla plana con su dvd y ONO. Un baño privado tan grande como la misma habitación, con jacuzzi, ducha de hidromasaje y un tocador enorme. Todo estaba lleno. No necesitaban comprar absolutamente nada, y lo que más le sorprendió es que sus pocas pertenencias estaban ya colocadas en lugares estratégicos. Fue raro, pero pronto se sintió como en su casa. Además la continua mano de Kaile sobre la suya hacía que se sintiera tranquila. Era extraño como ese hombre podía otorgarle una paz interior que nunca nadie había conseguido. Mientras observaba la cama, su prometido sonrió y le tranquilizó dándole un dulce beso en la frente. Ambos eran conscientes que si fingían ser una pareja de enamorados tendrían que tener sexo y que sus padres estarían con la oreja puesta, por lo que tarde o temprano ambos se tendrían que ver desnudos.


Al llegar la noche Kaile estaba acostado en la cama, llevaba solo unos bóxers negros y leía distraído un libro. Ella salió del baño con una camisón poco sexy y poco dispuesta a estar a la vista de su prometido durante mucho tiempo. Él al notar su vergüenza dejó el libro sobre la cama y le ofreció la mano. Cogida a él, se sentó y le miró. Sus ojos se veían igual de nerviosos que los de ella, pero su expresión era de calma, una calma que ella no sabía de donde la sacaba. Quizás fue inconsciencia o necesidad, pero le acarició la mejilla y le besó en los labios. No esperaba realmente que él le correspondiera, pero lo hizo. No fue uno lujurioso, sus manos no se movieron buscando el cuerpo del otro, pero cuando se desnudaron y se quedaron mirándose, Kaile sonrió y rió.

- Eres preciosa, pero mi amigo no se levanta. Soy demasiado gay. - ríe señalando su pene, que descansaba tranquilo sobre su muslo.

- Tú también eres guapo, te falta un poco de músculo...- ríe tocándole los brazos- pero estás bien, cualquier chica estaría encantada que la empotraras contra la pared.

Después de una charla ligera en bolas, decidieron acostarse a dormir. Sabían que no le habían dado el espectáculo que sus padres querían oír, pero por esa noche era suficiente. Aún Freya se debía adaptar a muchas cosas, todavía no conocía el carácter de Fredick y algo le decía que hasta que no lo conociera no se podría considerar una McClarie. Suspiró cansada antes de dejarse caer en un profundo sueño sobre el pecho cálido de Kaile. No supo hasta el día anterior que aquella noche fue la más tranquila y feliz de toda su vida... nunca antes había dormido bien con otro hombre. Y justamente ese hombre iba a ser su marido. Quizás todo eso no iba a ser tan malo.

Capítulo tres
Capítulo cinco
                                                                                                                                               

Comentarios

Entradas populares